El historiador Javier Burrieza publica en la revista ARGI, un artículo sobre nuestra patrona La Inmaculada Concepción y la celebración de la tradicional fiesta de la Subida y Bajada de Nstra. Señora, en lo que popularmente conocemos como-La Virgen de los Pegotes-
Os dejamos aquí el artículo completo, con fotografías y texto pertenecientes a la publicación de ARGI.
EL FUEGO DE LA VIRGEN DE LOS PEGOTES
Javier Burrieza (Universidad de Valladolid)
Javier Burrieza |
El historiador José Manuel Rodríguez es la gran autoridad desde sus investigaciones para el conocimiento de la misma. Como ocurrió en Valladolid con la Virgen de San Lorenzo, el Regimiento navarrés fue, desde el siglo XVI, el impulsor de esta devoción y de la construcción de su ermita en lo alto del Pico Zarcero. Por eso, en 1745, la imagen bajo esta advocación fue proclamada patrona de la localidad, dentro de un periodo inmaculista en la segunda mitad del siglo XVIII, especialmente en el reinado de Carlos III.
La fiesta no era otra que la propia del 8 de diciembre. Para tan solemne jornada, los navarreses en este caso, se tenían que preparar con una novena, debiendo ser trasladada la imagen de la patrona, desde su santuario en lo alto del cerro y un tanto alejado del ámbito de la población hasta el corazón mismo del pueblo.
Esta ubicación no podía ser otra que la iglesia parroquial de los Santos Juanes. Primero se ha de producir la Bajada desde la ermita, en la festividad de San Andrés el 30 de noviembre, y una vez concluidas las celebraciones, debe retornar a su habitual culto en su templo, produciéndose la Subida.
Una novena son siempre nueve días pero en tiempo pasado la presencia física de la Virgen se retrasaba hasta el 6 de diciembre, solicitando el propio Ayuntamiento —en su antiguo papel de organizador y financiador— adelantarla hasta el mencionado día 30.
Imagen: Leandro Martínez |
Dice la tradición que la primera vez que se realizó la Bajada una aparatosa tormenta retrasó la hora de la procesión, debiéndose iluminar el camino en una de aquellas noches oscuras del pasado con el fuego de las antorchas conocidas como pegotes —vara de esparto con pez o brea—, teas convertidas después en advocación. Inicialmente, los vecinos cedían sus propios medios de transporte para trasladar a la Virgen hasta que Eustaquio Pino, en 1895, entregó su carruaje fabricado en el taller de Bomati, para que siempre pudiese la patrona ser ubicada en el interior de la misma durante estas salidas.
La acompañarían tres personas: un representante de la familia donante, el párroco de la localidad o el predicador de la novena y un miembro de la Corporación municipal. Todo un protocolo de ocupación dentro de ese coche tirado por mulas, conducidas por muleros, ataviados en sus cabezas por pañuelos floreados para protegerse de los pequeños saltos del fuego, recompensados con puros y vino añejo. Así, la patrona es bien transportada, bien iluminada pero también bien acogida a través de los vítores o vivas del pueblo.
Tras la
estancia especial de los días de novena, la Virgen de los Pegotes tiene
que volver a su casa, poniéndose en marcha el mecanismo de traslado pero
en sentido contrario. Con los pegotes en las manos y las hogueras,
cuyas brasas serán aprovechadas para asar castañas, comenzará a caminar
el cortejo popular por la cañada de Valdego; se encontrarán con las
sombras y oraciones del cementerio y culminarán en el Pico Zarcero donde
la Virgen de la Concepción retornará a su altar: “Desde tu ermita
—recita el himno de esta patrona— vigilas nuestros campos castellanos/
contemplas a nuestros muertos, miras sudar nuestras manos/ Virgen de la
Concepción/ crezca en los campos el trigo y en nuestras almas tu amor”.
La Virgen de los Pegotes.
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