BATALLA DE VILLALAR Y EJECUCIÓN DE BRAVO, PADILLA Y MALDONADO
Recomendamos leer nuestras páginas sobre los dos antecedentes: el comienzo de la sublevación comunera por el linchamiento de Segovia y la conversión de la sublevación en guerra tras la Quema de Medina del Campo
La quema de Medina del Campo por las
tropas leales al Rey provocó la indignación de toda Castilla. Valladolid
y muchas ciudades que habían permanecido expectantes se unieron en unas
nueva organización de carácter revolucionario que adoptó el nombre de Cortes y Junta General del Reino. El 24 de septiembre de 1520 sus representantes se entrevistaron en el castillo de Tordesillas
con la reina-madre Juana la loca, tratando que esta recuperase
legalmente el control del gobierno; algo que ella rechazó. Mientras los
procuradores de las ciudades sublevadas detenían a los integrantes del
Consejo Real y tomaban el poder, los vasallos de algunos aristócratas se
sublevaban contra sus Señores; ese fue el caso de los habitantes de
Dueñas, que se levantaron contra el Duque de Buendía. El cariz anti-aristocrático que fue tomando el movimiento
provocó que muchos nobles castellanos que inicialmente estuvieron en
contra del Emperador y de sus consejeros extranjeros, decidieran que era
un mal menor apoyarle si de esa manera evitaban perder el control de
los vasallos que les pagaban los tributos.
Para recuperar popularidad y tratar de disociarse de la indignación generada por la quema de Medina del Campo, el cardenal Adriano de Utrecht puso a dos nuevos nobles al frente del ejército del Rey: el Condestable de Castilla Iñigo de Velasco y el Almirante de Castilla Fadrique Enríquez. El ejército comunero llegó a reunir hasta 17.000 hombres pletóricos de moral. Pero entonces Juan Bravo perdió el generalato en favor de Pedro Girón —importante
aristócrata y ex-miembro del Consejo Real— a causa de la diferencia de
linaje. Un despechado Padilla regresó a Toledo con sus tropas. Pero en
muy pocos meses la situación militar tuvo un vuelco; la derrota en la
batalla de Tordesillas les privó de la custodia de la reina-madre Juana
la loca, la importante ciudad de Burgos se puso a favor del Emperador y Girón dimitió y desertó. En
diciembre de 1520 fue reclamado urgentemente Juan de Padilla, que
regresó a marchas forzadas con un nuevas tropas reclutadas en Toledo. Al
reunirse con las desmoralizados comuneros, reorganizó el ejército; éste
incluía una buena artillería y numerosos arcabuceros, pero que tenía
muy pocos jinetes. A pesar de todo, con ellos consiguió conquistar el
castillo de Torrelobatón. A pesar de esa victoria Padilla tenía un grave problema de autoridad,
pues numerosos capitanes y procuradores interferían en sus decisiones.
En sus inmediaciones se colocó el ejército imperial comandado por Iñigo
de Velasco —condestable de Castilla— con gran contingente de
caballería en el que figuraba la gran mayoría de los nobles castellanos;
por ello los imperiales tenía una gran ventaja de producirse una batalla en las grandes llanuras de los alrededores. Por su parte, los comuneros tenían la ventaja de
estar fortificados y disponer de una potencia de fuego superior, tanto
por la artillería que habían recogido tras la quema de Medina del Campo
como por la gran cantidad de milicianos de las ciudades que disponían de
arcabuces.
El hecho de que esos días lloviera y el campo estuviera muy
pesado para el movimiento de tropas y la evolución de la caballería era
una ventaja a favor de los comuneros. Las tropas imperiales se hallaban
incómodamente acantonadas en el pequeño pueblo de Peñaflor de Hornija;
impacientes de entrar en combate pero sin ver la oportunidad de poder
organizar un asedio del castillo.
Se extendió entre los comuneros el miedo
a quedar aislados frente a un ejército muy superior. Tras largas
discusiones con los numerosos procuradores y capitanes comuneros, en la
madrugada del 23 de abril Padilla dio órdenes a su ejército para dirigirse bajo la lluvia hacia la ciudad comunera de Toro;
allí esperaban incorporar más tropas y poder enfrentarse a los
imperiales. Al comenzar a moverse las tropas del Emperador comenzaron a
seguirles. Pero los comuneros llevaban mucha artillería que arrastrar
por el enfangado camino y casi todas sus tropas iban a pié, en tanto que
los efectivos de Iñigo de Velasco contaban con una numerosa caballería.
Al darse cuenta Padilla que iba ser imposible llegar a Toro sin
combatir contra un ejército superior, trató de situar al ejército
comunero en una posición aventajada en el pueblo de Vega de Valdetronco;
pero sus tropas deseaban llegar a Toro cuanto antes y no le obedecieron.
Por eso el ejército comunero continuó el camino, con los imperiales
cada vez más cerca. Al llegar a las inmediaciones del pueblo de Villalar
el ejército comunero debió de prepararse precipitadamente para el
combate pues la caballería del Condestable ya alcanzaba a su
retaguardia. Padilla trató de fortificarse en el pueblo, colocando en
sus calles los cañones; mientras tanto, los últimos de su ejército
fueron alcanzados por la caballería imperial en un lugar llamado Puente
del Fierro. Los cansados soldados fueron fácilmente derrotados por los
jinetes, produciéndose una auténtica masacre. Muchos de los comuneros
que habían alcanzado el pueblo, en lugar de ponerse en formación para
combatir, sustituyeron las cruces rojas de su uniforme por cruces
blancas —el distintivo que llevaban las tropas del emperador— y se
dieron a la fuga aprovechando la confusión. Ante la desbandada, Padilla y
cinco escuderos hicieron una carga contra la caballería imperial al
grito de «Santiago y libertad»; pero tanto ellos como el resto de
capitanes comuneros que se quedaron luchando fueron capturados por los
imperiales. Para cuando la infantería del ejército imperial llegó al
lugar, la batalla de Villalar ya había acabado.
Al día siguiente los señores alcaldes Cornejo, Salmerón y Alcalá juzgaron a los capitanes Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado y Pedro Maldonado.
Tras declarárseles traidores a la Corona, fueron sentenciados a muerte,
a la confiscación de sus bienes y a la pérdida de sus cargos. Intervino
entonces el Conde de Benavente —influyente consejero del Emperador y
tío de la esposa de Pedro Maldonado— consiguiendo que se respetase la
vida del segundo de los Maldonados. Tras comunicárseles la sentencia a
los reos, se les dio tiempo para escribir a sus familias y confesarse.
Juan de Padilla redactó dos cartas de despedida, una a su esposa María
Pacheco y otra a sus conciudadanos de Toledo. A continuación, los tres
condenados a muerte fueron llevados al cadalso improvisado en la plaza
del mercado del pueblo de Villalar.
Allí fue donde se produjeron los
siguientes hechos. Cuando el pregonero se encontraba leyendo la
mencionada sentencia: “Esta es la justicia que manda hacer Su Majestad y
su condestable y los gobernadores en su nombre a estos caballeros:
mándalos degollar por traidores…” El condenado Juan Bravo le interrumpió
gritando: “mientes tu y aún quien te manda decir; traidores no, más celosos del bien público si, y defensores de la libertad del reino”. Entonces Padilla intervino: “Señor Juan Bravo: ayer era día de pelear como caballeros, y hoy de morir como cristianos”.
A continuación Juan Bravo solicitó al verdugo ser decapitado antes que
Padilla, con el argumento de que no quería ver morir al hombre más
valiente y más bueno de Toledo. Y así se hizo.
La resistencia en todas las ciudades
comuneras se desmoronó rápidamente, enviando sus regidores solicitudes
de perdón al Emperador, y huyendo muchos de ellos. Mantuvieron la resistencia las ciudades de Madrid y de Toledo; en esta última estaban el Obispo Acuña y María Pacheco (véase nuestra página sobre la resistencia de esta heroina). Tres siglos después, en 1821 el Gobierno Liberal envió a El Empecinado —general
y antiguo guerrillero de la Guerra de la Independencia— con el objeto
de recuperar los cadáveres de los capitanes ejecutados y conmemorar la
memoria de la batalla de Villalar. Así el Estado deseaba consagrarles
como defensores de los derechos y libertades de los habitantes de
Castilla (y de España en su conjunto) frente al poder absoluto del Rey;
así como la defensa de los intereses nacionales frente a los
extranjeros.
El simbolismo de aquellos
ajusticiamientos continuó décadas después. En 1889 Práxedes
Sagasta —presidente del Consejo de Ministros y líder del Partido
Liberal— ordenó que se sustituyera el rollo de justicia de la Plaza
Mayor de Villalar por un gran monolito conmemorativo.
El pináculo de ese rollo jurisdiccional quedó depositado en el
ayuntamiento de Villalar (donde se exhibe a quien visite el edificio),
celebrándose la primera fiesta conmemorativa de los comuneros en la
localidad.
En 1932 —durante el primer gobierno de la Segunda República— el pueblo pasa a denominarse Villalar de los Comuneros.
Los actos conmemorando la batalla de Villalar se interrumpieron desde
el inicio de la Guerra de 1936 hasta la muerte del general Franco. A
partir de 1976 cada 23 de abril se vienen celebrando en la localidad actos conmemorativos castellanistas
en Villalar, recordándose la derrota comunera. Al aprobarse en 1983 el
Estatuto de Autonomía de Castilla y León, en su artículo 6.3 se designa
el 23 de abril como día oficial de Castilla y León.
Desde hace algunos años en la noche del 22 se celebran actuaciones
musicales y una gran acampada libre siendo al día siguiente los actos
políticos. En el paraje de Puente del Fierro —escenario de la Batalla de
Villalar— en el año 2004 se levantó un monumento conmemorativo de la batalla de Villalar.
Contra todo pronóstico, la destrucción del
ejército comunero y la ejecución de sus capitanes no supuso el fin de la
guerra, pues esta fue continuada por la viuda de Padilla: la indomable
María Pacheco, defensora de Toledo
Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustracion de Ximena Maier.
Texto íntegro de www.escapadafascinante.com (Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustracion de Ximena Maier.) fotografias: nortecastilla; evamansilla.com
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